viernes, 26 de enero de 2024

Se cumplen 153 años de la Batalla de Ñaembé.

 



La Batalla de Ñaembé fue un enfrentamiento armado producido el 26 de enero de 1871 entre las tropas del gobernador de Entre Ríos, el general Ricardo López Jordán, y las fuerzas conjuntas del gobernador de la provincia de Corrientes, el teniente coronel Santiago Baibiene, y el ejército nacional, al mando del entonces teniente coronel Julio Argentino Roca. Concluyó en la total derrota de las fuerzas entrerrianas, marcando el fin de la insurrección de López Jordán contra el gobierno nacional, del que juzgaba que había violentado la autonomía provincial garantizada por el federalismo de la Constitución Argentina de 1853. López Jordán se exiliaría en el Uruguay poco más tarde, de donde regresaría para emprender una nueva y fallida intentona dos años más tarde.


La batalla tuvo lugar en el paraje de Ñaembé, donde se levanta el actual pueblo de Colonia Carolina, en las inmediaciones de Goya. López Jordán había avanzado sobre territorio correntino luego de seis meses de hostilidades en los que había tomado y defendido la mayoría de las ciudades entrerrianas contra el ejército nacional, dirigido primero por el general Emilio Mitre y luego por Juan Andrés Gelly y Obes. La necesidad de mantener un triple frente con tropa escasa lo había llevado a intentar intervenir el territorio correntino, colocando a su frente al ex gobernador correntino Evaristo López, más afín a su posición que Baibiene, alineado con el gobierno del presidente Domingo Faustino Sarmiento, y que tres años antes había contribuido al derrocamiento de López. Contaba a ese efecto con unos 6.000 jinetes, 1.000 infantes y una docena de piezas de artillería.


La milicia correntina, compuesta por 7 batallones de infantería y 6 cañones, recibió oportunamente el refuerzo del Regimiento VII de Infantería, comandado por Roca, que regresaba del frente de la Guerra del Paraguay, y se apostó en posición favorable. A primera hora de la mañana López Jordán intentó una carga contra los cañones Krupp de carga posterior adquiridos de Alemania; la carga de lanza avanzó sobre la infantería, pero el fuego enemigo y la carga de la caballería correntina al mando del coronel Manuel de Jesús Calvo deshicieron su avance y lo obligaron a retroceder hasta más allá del río Corriente, abandonando la artillería y perdiendo 1.150 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.


Poco más de un mes más tarde, batidos sus lugartenientes en Gená y Punta del Monte, se exiliará en el Uruguay a sumarse al bando de Timoteo Aparicio, y luego al Brasil. Entre sus compañeros estaba el escritor José Hernández, futuro autor del Martín Fierro.

martes, 2 de mayo de 2023

77 años sin Eduardo Elizondo Olivera y sin justicia.

 



El 2 de mayo de 1946, Eduardo Elizondo Olivera, que contaba 22 años y era un joven militante, afiliado a la Alianza Libertadora Nacionalista, era asesinado por bandoleros de la oposición política, identificados con un grupo de choque del Partido Comunista. 

Iba camino a su domicilio cuando fue interceptado, frente al número 2675 de la calle Álvarez Thomas, por dos personas que se le acercaron y lo fusilaron sin más. Fue enterrado en el cementerio de la Recoleta.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Se cumple el aniversario 238 del natalicio de Don Martín Miguel de Güemes

 



Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte nació el 8 de febrero de 1785, en la ciudad de Salta.  

Fue  militar y cumplió destacadas, heróicas e históricas actuaciónes en las guerras de la independencia y civiles de la argentinas. 

Fue seis años gobernador de Salta y con casi nulos recursos libró una constante guerra defensiva, que quedó inmortalizada bajo el nombre de Guerra Gaucha, manteniendo, de esta manera, al resto del territorio argentino libre de invasiones realistas.

Familia e inicio de su carrera militar

Martín Miguel de Güemes fue criado en el seno de una familia acomodada. El padre, Gabriel de Güemes Montero, había nacido en Santander, Cantabria, España y era un hombre ilustrado que cumplía funciones de tesorero real de la corona española. Por su distendida posición material logró que su hijo tuviera una buena educación apoyado por maestros particulares que le enseñaron las tendencias filosóficas y científicas de aquellos tiempos. Por lo tanto su madre,  María Magdalena de Goyechea y la Corte, era de origen jujeño. 

Cuando adulto Don Martín Miguel de Güemes se casó en la Catedral de Salta con Carmen Puch, con quien tuvo tres hijos: Martín, Luis e Ignacio.

Cursó sus estudios primarios en Salta y alternaba la enseñanza formal con el de las labores campesinas en la finca donde residía con su familia. 

A los 14 años se sumó al Regimiento Fijo de Infantería, cuyo cuartel central estaba en Buenos Aires pero años antes habían decidido formar un batallón en Salta luego de la rebelión de Túpac Amaru II desde 1781.

Debido al temor del Virrey Rafael de Sobremonte que hubiera un ataque inglés, en 1805, Güemes fue enviado con su regimiento a Buenos Aires. 

Un año mas tarde se produjo el inicio de las invasiones inglesas y Güemes combatió en la Reconquista de Buenos Aires. 

En 1807 también participó de la Defensa de la ciudad y fue protagonista de una histórica hazaña: vió que un barco inglés había encallado por una bajante repentina del río pues se dirigió, hacia el lugar, liderando una carga de caballería y lo abordó. Este inusual hecho quedó registrado como una de las muy pocas veces en la historia que un buque de guerra fue capturado por una partida de caballería.

En 1808 enfermó de la garganta y le quedó una seria deficiencia al hablar. Comenzó a tener pronunciación gangosa de las palabras y pasó a ser víctima de burlas de sus compañeros. Todo parece indicar, según historiadores, que sufrió las complicaciones de la hemofilia, enfermedad ignota hasta ese momento. 

Debido a esto logró su traslado a su Salta.

Primera campaña al Alto Perú

Una vez acontecida la Revolución de Mayo de 1810, la Primera Junta lo envió a la Primera expedición auxiliadora rumbo al Alto Perú. Fue como integrante del Ejército del Norte, puesto al mando de un escuadrón gaucho en la Quebrada de Humahuaca como así también en los valles de Tarija y Lípez. Su tarea era impedir la comunicación entre los contrarrevolucionarios y los realistas altoperuanos. 

Mas tarde en la batalla de Suipacha, que se libró el 7 de noviembre de 1810 y que fue el único triunfo de las armas patriotas durante esta primera expedición, su participación, ya como capitán, fue trascendente.

Se que en la Quebrada hasta después de la derrota de los ejércitos de las provincias "de abajo" en la Batalla de Huaqui, el 19 de junio de 1811 y ayudó a los derrotados que huían; allí inició su famosa guerra de recursos, con la que se presume retrasó el avance de los realistas antes de la llegada del ejército principal al mando del general Pío Tristán.

Su colaboración para con el general Juan Martín de Pueyrredón para que este pueda atravesar la selva oranense y salvar los caudales de la Ceca de Potosí, que estaba en poder de los realistas, fue vital.

El 18 de enero de 1812 recuperó Tarija para los patriotas, como subordinado de Eustoquio Díaz Vélez. La ciudad había caído dominada por partidarios del virrey del Perú, José Fernando de Abascal. A los que hizo frente con 300 hombres, 500 fusiles y dos cañones. 

Obligó a los revolucionarios a retirarse con rumbo a San Salvador de Jujuy debido al avance de las tropas realistas numéricamente superiores que comandaba José Manuel de Goyeneche.

Cuando el general Manuel Belgrano asumió el mando del Ejército del Norte e inició la Segunda expedición auxiliadora al Alto Perú ordenó su traslado por indisciplina, causada por un discusión sobre mujeres entre oficiales bajo su mando. Permaneció en Buenos Aires, agregado al Estado Mayor General.

Inicio de la Guerra Gaucha

Al conocerse en Buenos Aires el desastre patriota de la batalla de Ayohuma, Güemes fue ascendido a teniente coronel y enviado al norte, como jefe de las fuerzas de caballería de José de San Martín, nuevo comandante del Ejército del Norte. En esta Tercera expedición auxiliadora al Alto Perú se hizo cargo de la vanguardia del ejército reemplazando en ese puesto a Manuel Dorrego, otro oficial brillante que había sido desterrado por problemas de disciplina.

Se presentó en Salta como el protector de los pobres y el más decidido partidario de la revolución. Pero aun así, no logró nuevos aportes de recursos de parte de los sectores adinerados. Contó con su hermana María Magdalena "Macacha" Güemes como una de sus principales colaboradores.

San Martín le encomendó el mando de la avanzada del río Pasaje (o río Juramento, porque en sus márgenes el general Belgrano había hecho jurar obediencia al gobierno de Buenos Aires, la Asamblea del Año XIII, y a la Bandera Nacional). Poco después, asumía también el mando de las partidas que operaban en el Valle de Lerma en el que está situada la ciudad de Salta. De este modo iniciaba la Guerra Gaucha, ayudado por otros caudillejos, como Luis Burela, Saravia, José Ignacio Gorriti o Pablo Latorre. Ésta fue una larga serie de enfrentamientos casi diarios, apenas cortos tiroteos seguidos de retiradas. En esas condiciones, unas fuerzas poco disciplinadas y mal equipadas pero apoyadas por la población podían hacer mucho daño a un ejército regular de invasión.

Con sus tropas formadas por gauchos del campo, rechazó el avance del general Joaquín de la Pezuela y posibilitó el inicio de un nuevo avance hacia el Alto Perú. Bajo el mando del general José Rondeau tuvo un papel destacado en la victoria de batalla de Puesto del Marqués. Pero, indignado por el desprecio que mostraba éste por sus fuerzas y por la indisciplina del ejército, se retiró del frente hacia Jujuy. Daba por descontada la derrota del Ejército del Norte en esas condiciones y, en ese caso, necesitaría a sus hombres. Al pasar por Jujuy se adueñó del armamento de reserva del ejército; al enterarse, Rondeau -que era también el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata- lo declaró traidor.

Gobernador de Salta

La vuelta de Güemes a Salta se debía, además de motivaciones militares, también a razones políticas, que se sumaban a sus propias aspiraciones al poder, ya que deseaba desplazar al partido conservador del gobierno salteño.

La noticia de la caída del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Carlos María de Alvear le quitó autoridad al gobernador intendente Hilarión de la Quintana. Por otra parte, Quintana no estaba en Salta, sino que había acompañado a Rondeau -que había sido nombrado Director Supremo, aunque reemplazado interinamente por un sustituto- en su avance hacia el Alto Perú.

Cuando llegó a Salta, el pueblo salió a la calle y pidió al cabildo el nombramiento de un gobernador, sin participación del Directorio. Además de ser el único candidato a la vista, Güemes tenía a su favor la presencia de su hermano, el doctor Juan Manuel Güemes, como uno de los miembros del cabildo para ese año. Éste eligió a Martín Miguel de Güemes con el título de Gobernador Intendente de Salta, jurisdicción integrada entonces por las ciudades de Salta, Jujuy, Tarija, San Ramón de la Nueva Orán y varios distritos de campaña. Era la primera vez que las autoridades de Salta eran elegidas por los propios salteños desde 1810 lo que significó la autonomía de Salta en franca desobediencia a la autoridad del Directorio.

Pero el Cabildo de Jujuy no lo reconoció como gobernador. Frente a esta negativa y aduciendo la amenaza de un ataque realista sobre la ciudad, avanzó con sus tropas hasta Jujuy, con lo que presionó a sus habitantes y de esta forma logró hacer que el cabildo lo aceptara. De todos modos, el teniente de gobernador local, Mariano de Gordaliza no podía ser considerado un subordinado complaciente de Güemes.

Dos semanas después de asumir el gobierno, Güemes contrajo matrimonio con Carmen Puch, miembro de una acaudalada familia con intereses en Rosario de la Frontera.

Poco después de su llegada al poder y de saber la reacción negativa de Rondeau, llegó a Tucumán una fuerza desde Buenos Aires que iba en apoyo del Ejército del Norte, al mando de Domingo French. Pero como éste tenía instrucciones de derrocar a Güemes al pasar por Salta, le negó el paso hasta que lo hubo reconocido como gobernador. Pero ya era tarde: cuando llegaron a Humahuaca, se enteraron de la derrota de las fuerzas patriotas comandadas por Rondeau en la Batalla de Sipe Sipe, el 29 de noviembre de 1815. Este nuevo triunfo de los realistas significó la pérdida definitiva del Alto Perú debido a las ambiciones personales de Rondeau y de Güemes.

Rondeau, enfurecido con Güemes por la revolución en Salta y por haberle impedido llegar refuerzos, retrocedió a Jujuy. Con apoyo del teniente de gobernador Gordaliza, se trasladó hasta Salta y ocupó la ciudad. Pero en seguida se vio rodeado por las guerrillas gauchas y tuvo que capitular, firmando con Güemes un Tratado en Cerrillos, reconociéndolo como gobernador y encargándole la defensa de la frontera. Poco después, Rondeau era reemplazado por Belgrano en el Ejército del Norte, y por Pueyrredón en el Directorio. Pero no habría más expediciones al Alto Perú.

Entonces las milicias gauchas al mando del salteño pasaron a desempeñarse como ejército en operaciones continuas.


Las invasiones realistas

Güemes y sus gauchos detuvieron otras seis poderosas invasiones al mando de destacados jefes españoles. La primera fue la del experimentado mariscal José de la Serna e Hinojosa, el cual, al mando de 5.500 veteranos de guerra, partió de Lima asegurando que con ellos recuperaría Buenos Aires para España. Después de derrotar y ejecutar a los coroneles Manuel Ascensio Padilla e Ignacio Warnes, ocupó Tarija, Jujuy y Salta y los pueblos de Cerrillos y Rosario de Lerma. Pero Güemes lo dejó incomunicado con sus bases ocupando Humahuaca, venció a uno de sus regimientos en San Pedrito y dejó sin víveres la capital de la provincia. De la Serna tuvo que retirarse, hostigado todo el tiempo por las partidas gauchas.

Meses después, el general Pedro de Olañeta, enemigo acérrimo del salteño, volvió al ataque y capturó al más importante de los segundos de Güemes, el general Juan José Feliciano Alejo Fernández Campero, popularmente conocido como el Marqués de Yavi, jefe de la defensa de la Puna. Pero no pudo pasar más allá de Jujuy.

Toda la población participaba en la lucha: los hombres actuando como guerreros, mientras que las mujeres, los niños y los ancianos lo hacían como espías o mensajeros. Las emboscadas se repetían en las avanzadas de las fuerzas de ataque, pero más aún en la retaguardia y en las vías de aprovisionamiento. Cuando los realistas se acercaban a un pueblo o a una hacienda, los habitantes huían con todos los víveres, el ganado, cualquier cosa que pudiese ser útil al enemigo. Esta clase de lucha arruinó la economía salteña, pero nadie se quejaba, al menos en las clases populares. Jamás obtuvo apoyo económico del gobierno del Directorio y la ayuda que le prestó el Ejército del Norte fue muy limitada, por lo cual, decidiría legalizar monedas privadas locales circulantes desde 1817 que se extendían por todo el noroeste argentino

El área patriota del noroeste incluía los territorios de Atacama (desde hacía un año), Tarija desde el 15 de abril de 1817, luego de la derrota realista en la batalla de La Tablada de Tolomosa, siendo el comandante independentista Gregorio Aráoz de Lamadrid, apoyado por las fuerzas gauchas locales comandadas por Francisco Pérez de Uriondo, Eustaquio Méndez y José María Avilés, y desde el 11 de junio de este último año, también al territorio de Chichas. Aunque poco después sufrirían una nueva invasión realista desde el norte en 1818, dirigida por Olañeta y Valdés, y otra más en 1819, mandada por Olañeta.

La más importante fue la que mandó el segundo de De la Serna, general Juan Ramírez Orozco que en junio de 1820 avanzó con 6.500 hombres. En todas éstas obligó a su enemigo a retroceder después de haber tomado Salta y Jujuy.

Si bien la estructura militar de entonces no contemplaba un Estado Mayor, en la práctica Güemes contaba con cuadros superiores organizados, entre los que se encontraban Fernández Campero, el coronel Pérez de Uriondo, responsable militar de Tarija, el coronel Manuel Arias, a cargo de Orán, y el coronel José María Pérez de Urdininea, proveniente de las filas del Ejército del Norte, en Humahuaca. En el valle de Jujuy estuvieron los coroneles Domingo Arenas en Perico y el teniente coronel Eustaquio Medina, a cargo del río Negro. Más movilidad tenían otros jefes, como José Ignacio Gorriti, Pablo Latorre o José Antonio Rojas. El frente de combate a su cargo tenía una extensión de más de setecientos kilómetros, desde Volcán hasta más allá de San Ramón de la Nueva Orán, y se conoció como Línea del Pasaje.

El papel de Güemes en el conjunto era el de organizar la estrategia general y financiarla. Pero tenía un detalle curioso: sus hombres se hubieran hecho matar por él, pero él mismo nunca entraba en combate. En realidad nunca se lo reprocharon ni le exigieron que los acompañara. Por esta causa es que sus enemigos y los historiadores del siglo XIX lo acusaran de cobarde, no siéndolo, ya que era hemofílico. Cualquier herida le hubiera causado la muerte, de hecho, una herida sin importancia lo haría perecer desangrado.


El último año de Güemes

Güemes había conversado con San Martín sobre las ideas de atacar Perú desde Chile. Pero San Martín necesitaba tener las espaldas cubiertas, con fuerzas activas en la frontera norte de Salta, para mantener ocupados los ejércitos realistas muy lejos de Lima. La persona más indicada para dirigir esas operaciones era Güemes, y San Martín lo nombró General en Jefe del Ejército de Observación. El salteño estaba continuamente informado sobre los movimientos de San Martín en la campaña del Pacífico, y cuando éste desembarcó en la costa peruana, decidió avanzar hacia el Alto Perú.

Pero ya no podía contar con el Ejército del Norte, del que sólo quedaba una pequeña división al mando del coronel Alejandro Heredia (que estaba a órdenes de Güemes), y algunas armas en Tucumán. Pero éstas estaban en poder del gobernador Bernabé Aráoz, que las estaba usando para tratar de volver a la provincia de Santiago del Estero a la obediencia a su gobierno.

A principios de 1821, el gobernador de Santiago del Estero, Juan Felipe Ibarra, pidió auxilio a Güemes, y éste invadió Tucumán, más para apoderarse de las armas que necesitaba que por solidaridad. La expedición salteña se componía de 2.000 hombres provenientes de Salta, San Carlos y Rosario de la Frontera, saliendo rumbo a Tucumán en febrero; por la amenaza realista, las milicias de Jujuy no participaron en la acción.4 Pero el ejército salteño y santiagueño, al mando de Heredia (tucumano) e Ibarra, fue derrotado por el tucumano al mando de Manuel Arias (salteño) y Abraham González en la batalla de Rincón de Marlopa (3 de abril). Otra columna salteña tuvo éxito en expulsar a los partidarios de Aráoz de Catamarca, aunque el tucumano la recuperaría poco después su República de Tucumán desaparecería definitivamente en agosto.

El cabildo de Salta, formado por las clases altas de la ciudad, cansadas de pagar las contribuciones forzosas que exigía Güemes, aprovechando la ausencia del caudillo, lo acusó de “tirano” y lo declaró depuesto. Muchos de sus miembros se habían puesto de acuerdo con el general español Olañeta para entregarle la ciudad. Güemes regresó sin prisa, ocupó pacíficamente la ciudad, y perdonó a los revolucionarios. Ésa fue la llamada "Revolución del Comercio"; aunque fracasada, dio inicio a un partido de oposición, conocido como "Patria Nueva", en oposición a la "Patria Vieja", es decir, al partido de Güemes.

Pero no todo había terminado: Olañeta ya estaba en camino, y mandó al coronel “Barbarucho” Valdez por un camino desierto de la Puna, acompañado por miembros de la familia realista Archondo. El coronel Valdez era un español nativo de Valencia, radicado desde hacía décadas en la región y con experiencia en arriar y robar ganado, oficios que le permitieron conocer múltiples senderos poco transitados.

El 6 de junio, Valdez ocupó la ciudad de Salta, y al salir a combatirlo, Güemes fue herido por una bala. Siguió a caballo hasta una hacienda a dos leguas de la ciudad. Pero su herida —como cualquier herida profunda de un hemofílico— nunca cicatrizó.

Murió diez días después, el 17 de junio de 1821, a los 36 años de edad. En el momento de su muerte, en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta, yacía a la intemperie, en un catre improvisado por el Capitán de Gauchos Mateo Ríos, luego su cadáver fue inhumado en la Capilla del Chamical. Martín Miguel de Güemes fue el único general argentino caído en acción de guerra exterior.


Desde que supo de la muerte de su esposo, Carmen Puch se encerró en su habitación, y se cree que se dejó morir de hambre.


La gloria póstuma

Apenas unas semanas después de su muerte, sus hombres obligaron al ejército español a evacuar Salta; la guerra gaucha seguía en pie. Fue la última invasión realista al norte argentino, con lo que Güemes —aunque no llegó a verlo— finalmente venció a sus enemigos.

Estratégicamente, la actuación de Güemes en la guerra de la Independencia argentina fue crucial: sin su desesperada resistencia, no hubiera sido posible defender el norte del país después de tres derrotas, ni hubieran sido posibles las campañas de San Martín. Bajo su mando, las ciudades de Salta y Jujuy y su campaña defendieron al resto de la Argentina sin ayuda exterior.

Sin embargo, en Buenos Aires no era visto así: la noticia de su muerte fue publicada bajo el título "Ya tenemos un cacique menos"; el artículo que lo anunciaba demostraba más alivio por la muerte de un enemigo ideológico que pesar por la pérdida de la ciudad de Salta en manos realistas.

Durante la mayor parte del siglo XIX, tanto en Salta como en el resto de la Argentina, la figura de Güemes fue interpretada solamente como la de un caudillo que había soliviantado a las masas campesinas contra las clases altas de la sociedad, un "pecado" que el patriotismo demostrado a lo largo de su carrera militar no alcanzaba a compensar. Sólo a principios del siglo XX, esa imagen comenzó a cambiar a través de su más conocido biógrafo: Bernardo Frías presentó la vida de un jefe militar y político patriótico y desinteresado, capaz de movilizar a la masas en contra del enemigo; aunque no intentó librarse de la visión elitista de la sociedad, ya que mostraba poco aprecio por sus gauchos. Sólo a partir de ese momento, Güemes comenzó a aparecer como el esforzado y heroico jefe de la frontera norte, héroe absoluto de la provincia de Salta.

Su gesta militar fue recordada por el escritor Leopoldo Lugones como la Guerra Gaucha, nombre con que se la conoce desde entonces. Una de sus biografías más extensas es la de Atilio Cornejo, que sigue la línea tradicional, así como la monumental obra "Güemes documentado", de su descendiente Luis Güemes, en 13 tomos.

En el último tercio del siglo XX, comenzó también a verse a Güemes como un protector de los pobres de su provincia, coincidiendo con estudios similares respecto de los caudillos federales. Solamente a principios del siglo XXI comenzaron a ser estudiadas en profundidad las características políticas de su gobierno, la estructura de lealtades en que se apoyaba y las razones de sus enemigos internos. En su honor la sala de comisiones de la Cámara de Diputados de Salta lleva su nombre. También la Escuela de Gendarmería Nacional “General Don Martín Miguel de Güemes” en Campo de Mayo.

A principios del siglo XXI, una agrupación política utiliza el nombre de Güemes como patronímico.

Sus restos descansan junto a los de su esposa en el Panteón de las Glorias del Norte de la República, ubicado en la Catedral Basílica de Salta.



viernes, 19 de noviembre de 2021

Hace 48 años Perón hablaba en Montevideo: "el Tratado hoy suscripto es un principio de cumplimiento de ese deber, puesto que establece normas concretas sobre contaminación y preservación de los recursos vivos del río y del mar."

 DISCURSO EN MONTEVIDEO DURANTE LA FIRMA DEL TRATADO DEL RÍO DE PLATA Juan Domingo Perón [19 de Noviembre de 1973]





Señores: es muy profunda mi emoción ante un acto que concreta un hecho largamente esperado por ambas naciones. Para llegar a él, uruguayos y argentinos hemos debido recorrer un camino largo y difícil.

Muy vivas están en la memoria aquellas jornadas de 1910, cuando Gonzalo Ramírez y Sáenz Peña protagonizaron en esta misma ciudad de Montevideo, con el protocolo del 5 de enero, la memorable puesta en ejecución de un instrumento que diera fin a innumerables controversias y equívocos entre nuestros dos países.

Nueva perspectiva

Los hombres de 1910, movidos por un patriotismo que honra las más puras tradiciones rioplatenses, consagraron un principio de entendimiento que tuvo vigencia durante muchos años. Pero el crecimiento del transporte, las comunicaciones, el incremento del comercio entre ambas orillas, establecieron una nueva perspectiva en nuestra relación bilateral. Una nueva dinámica nos exigía avenimos al nuevo ritmo de los hechos. No podíamos quedarnos un paso atrás de la historia. En más de una oportunidad, sin embargo, llegamos a pensar que los problemas superarían nuestro propio talento. En ningún momento nos dejamos vencer, porque el corazón nos decía que entre argentinos y uruguayos no podría interponerse una valla insalvable. En todo instante la sensatez y la inteligencia de nuestros mutuos negociadores privó sobre los naturales escollos de una negociación en la que se dirimían derechos esenciales a los intereses de ambas naciones. 

A este respecto, es reconfortante comprobar la existencia de constantes emocionales en los hombres de gobierno de Uruguay cuando se trata de reconocer el silencioso valor de la tarea de técnicos y diplomáticos, que inevitablemente precede a este tipo de acuerdos. 

En 1910, Gonzalo Ramírez y Sáenz Peña encontraron lugar a expresiones de ponderación para con los expertos que hicieron posible el establecimiento del protocolo firmado por ambos hombres públicos.

Fiel a ese sentir y para satisfacción de los hombres uruguayos y argentinos que trabajaron sin fatiga en el 

Tratado de hoy, vayan mis palabras de encomio a su exitosa tarea. Este instrumento que acabamos de firmar constituirá, no caben dudas, uno de los hechos más trascendentales de la historia rioplatense del siglo. Con él, eliminamos hasta el último vestigio conflictivo en nuestros ámbitos fluviales y marítimos que, eventualmente, hubiera podido perturbar nuestras relaciones futuras. 

Creo que debemos dar la enhorabuena a esta realidad que de hoy en adelante hará posible una relación mucho más fecunda entre ambos pueblos, tanto más cuando que en anteriores épocas y en circunstancias diversas, la ausencia de un instrumento adecuado dio lugar a frecuentes interferencias ajenas a nuestros mutuos y auténticos intereses 

Ejemplo internacional 

En el porvenir, el Tratado no sólo servirá para allanar meras dificultades de orden jurisdiccional, sino que será el instrumento más eficaz en la defensa de intereses comunes a los dos pueblos. Igualmente, posibilitará una acción ejemplarizadora en el orden internacional, en cuyo terreno Uruguay y la Argentina, como es bien sabido, han ocupado una posición de avanzada. 

En muchas oportunidades nuestros dos países sentaron principios que fueron recogidos por la comunidad de las naciones como valiosos aportes al Derecho Internacional. Un nuevo ejemplo de lo que acabo de expresar es la efectiva reglamentación del internacionalmente aceptado mecanismo de consulta mutua, con referencia a la utilización de las aguas y el lecho del río 

Hemos tomado conciencia de las enormes riquezas naturales de que disponemos, cuya defensa y racional aprovechamiento nos crea una obligación irrenunciable ante la humanidad. A este respecto, el Tratado hoy suscripto es un principio de cumplimiento de ese deber, puesto que establece normas concretas sobre contaminación y preservación de los recursos vivos del río y del mar. 

Los beneficios para ambas partes serán innumerables. El valor del paso que hemos dado trascenderá a nosotros mismos y a nuestros días. Avizoro un horizonte lleno de esperanza para ambas naciones: nuestros pueblos lo merecen.

Me anima la íntima y vigorosa convicción de que uruguayos y argentinos debemos celebrar, alborozados, la concertación de este instrumento que abre las puertas a una etapa auspiciosa a nuestras relaciones.

Señores: Rememoro con un hondo fervor aquellas horas solemnes de enero de 1910, cuando esta ciudad de Montevideo abrigó, con toda su generosa y tradicional hospitalidad de hermana rioplatense, la presencia del enviado del gobierno argentino, D. Roque Sáenz Peña. 

Voluntad superior de los pueblos 

Páginas cargadas de historia me permiten recordar su esclarecida palabra, precursora de circunstancias que a nosotros nos toca hoy protagonizar: Suscribir el protocolo de la fraternidad uruguaya y argentina -decía Sáenz Peña- no es crear una política distinta de la que nos viene impuesta por nuestra tradición y el vivo anhelo contemporáneo; eso sencillamente confirmaría, refrendado con el sello de las dos Cancillerías, la voluntad superior de estos pueblos que alientan una misma alma sensible a los calores y al genio de la raza y representan una sola sociabilidad asentada sobre dos soberanías. 

Yo me permitiré otorgar a esas palabras la calidez de su vigencia, de su hondura y su valor trascendente. Suscribir este Tratado de hoy es consagrar, para siempre, la fraternidad uruguaya y argentina; es dar vigencia a una política que emana de la tradición, el anhelo y la voluntad superior de nuestros dos pueblos, informados de una misma alma y el genio de su raza, representantes de una misma sociabilidad asentada sobre dos soberanías. 

Abrazo simbólico 

Un mismo cielo cubre nuestras dos orillas, su azul se refleja en nuestro paisaje, en nuestras aguas y en nuestras banderas. Aceptemos ese simbólico abrazo de la naturaleza como un signo de fraternidad que nos convoca a la paz, al trabajo en común, a la prosperidad y a la felicidad de nuestros dos pueblos. 

Por que así sea, ruego a Dios que permita que un día podamos decir que al haber acordado los principios justos en que se asientan nuestros Tratados, construimos la fraternidad que todos anhelamos desde lo más profundo de nuestro corazón. No quiero terminar estas palabras sin hacer llegar a todos los señores, con mi más profunda emoción, el agradecimiento de un argentino más que eso es lo que soy frente a lo que he presenciado del pueblo de Montevideo, que quedará para mí grabado mientras viva, no solo en mi recuerdo sino también en mi gratitud.

JUAN DOMINGO PERÓN

viernes, 29 de noviembre de 2019

Se cumple el centenario del natalicio del resistente peronista Rolando Zanetta




Rolando Zanetta Nació en La Plata un 29 de noviembre de 1919 en el seno de un hogar integrado por inmigrantes progresistas y patricios conservadores.
Su madre, Mercedes Echetverry Febrer, vasca patricia bonaerense, se casó con Luis Zanetta, hijo de inmigrantes anarquistas italianos.
Rolando fue el menor de los cinco hijos que tuvieron.
A los 35 años se hizo Resistente peronista.
En una imprenta de su propiedad (en 8 y 47) editaba volantes contra la dictadura de Aramburu y Rojas.
Zanetta fue muerto por la represión en La Plata, con motivo del fallido levantamiento del General Juan José Valle el 9 de junio de 1956.
Lo que se escribe a continuación, está tomado del diario peronista “Línea Dura” de la edición del 4 de junio de 1958:
“Ante la falta de noticias de la toma del Comando de la Segunda División, sito en la calle 53, sale Zanetta del Regimiento 7º en un taxi conducido por Coco M., acompañado por Fernando R., alrededor de las 2 de la madrugada. Deciden entrar por la calle 55, de 5 hacia 4, siendo recibido el vehículo por violentas descargas de ametralladoras pesadas, que alcanzan a Zanetta, hiriéndolo gravemente, destrozando el motor, perforando el vehículo e inmovilizándolo; salvándose providencialmente el conductor y el acompañante que iban en el asiento delantero, quienes se tiran al suelo del coche donde permanecen por espacio de 4 horas, dándoselos por muertos. Rolando baja en esos instantes ya herido y camina unos 20 metros, dando fuertes gritos de dolor y siendo nuevamente ametrallado hasta que lo vieron inanimado en el suelo, donde permaneció en tal situación hasta las 8 ó 9 de la mañana en que fuera recogido por una ambulancia; habiéndose impedido toda tentativa de ayuda y rescate con nuevas descargas de ametralladoras. Conducido al policlínico San Martín, fue objeto de toda clase de tentativas para comprometer a sus compañeros por especial pedido del Jefe de Policía, el siniestro Fernández Suárez, que personalmente permaneció junto al lecho de muerte de Rolando, imponiendo se le suministraran dosis de reactivos con ese fin, tratamiento que notoriamente lleva a la convicción que aceleran el proceso de gravedad de Rolando, pero sólo consigue arrancar una sonrisa de conmiseración para su torturador, asumiendo él solo, toda la responsabilidad de la conducción civil del movimiento, falleciendo finalmente pocas horas después, con la serenidad de quien sentía haber cumplido con Perón”. Aseguran que cuando Fernández Suárez le dijo “Te vamos a curar y el día 12 te vamos a fusilar”; él le contestó: “Que la oligarquía me fusile, es un premio para mí” lo que conforma toda una definición en su manera de ser y actuar. Su hijo que también se llama Rolando recuerda los fusilamientos del 56 y los 30.000 desaparecidos y asevera que: “Cuando una historia se repite dos veces es muy posible que ocurra tres. No hay ningún valor supremo de nación alguna que justifique el sacrificio de sus mejores hombres y mujeres. Cuando tengamos plena conciencia de que no se precisa de líderes sino de un claro proyecto revolucionario que conduzca el país, la patria dejará de observar impotente cómo las oscuras minorías dejan sacrificar la vida de nuestros mejores hombres para satisfacer sus intereses egoístas”.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Hace 75 años hablaba Juan Domingo Perón




DISCURSO EN OCASIÓN DE LA INTEGRACIÓN DEL CONSEJO NACIONAL DE POSGUERRA 
Juan Domingo Perón 
[6 de Septiembre de 1944]


Al hacerme cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, y encontrarme ante el multiforme aspecto que ofrecía el panorama social de nuestra patria, hube de concretar mis opiniones afirmando que la “vida civilizada, en general, y la económica, en particular, del mismo modo que la propia vida humana, se extinguen cuando falla la organización de las células que la componen”.
De entonces acá, toda mi preocupación de gobernante ha girado alrededor de este principio que juzgo polarizador de toda obra de gobierno. Todos mis afanes han tendido a la estructuración, cada vez más completa y ajustada, de organismos capaces y potentes; y al mejor funcionamiento de mecanismos suficientemente afinados para que estén constantemente en condiciones de cumplir su finalidad, con la menor resistencia posible.
No importa dilucidar aquí si, en lo que al medio social argentino se refiere, el ideal anhelado está próximo o lejano; importan tan sólo sentar una vez más la afirmación de que si no se contribuye con la mayor constancia y el más denodado empeño a orientar, organizar y encauzar la vida del cuerpo social, y de cuantos elementos, factores y sistemas contribuyen a que cumplan naturalmente sus funciones, el cuerpo social muerto, cae y se precipita en los abismos del desorden, para desintegrarse finalmente en la anarquía.
Los múltiples acontecimientos de la más variada índole que a diario he tenido ocasión de apreciar en la Secretará de Trabajo y Previsión, han puesto de relieve el encadenamiento lógico y fenómenos que, a primera vista, alejados entre sí, y como pertenecientes a capos opuestos, se enlazan de tal manera, que en la raíz de su ser o en la esencia de sus manifestaciones, armonizan en idéntica causa o razón. Débese ello, a que puede hablarse de una economía patronal y de una economía obrera sino de una economía nacional. Por este motivo, los problemas que afectan a uno cualquiera de los distintos grupos sociales, que en la vida real pueden existir, no son peculiares del grupo en que se manifiestan en un modo dado, sino comunes casi, a todos los demás. Basta el concurso de ciertas y determinadas circunstancias para que salgan la superficie con mayor o menor virulencia; pero respondiendo a un reducido número de causas que, con características análogas, engendran los problemas económicos generales de un país.
Y tal es la trabazón que entre sí guardan todos los factores que intervienen en la producción, distribución y consumo de la riqueza que no puede articularse la vida económica de los trabajadores sin tocar los soportes fundamentales de la economía patronal. El encadenamiento que existe entre los problemas que a uno y a otros afectan; las influencias que mutuamente ejercen, son testimonios elocuentes de la necesidad imperiosa de coordinar íntimamente los órganos y las funciones que enlazan la acción de los individuos con las responsabilidades gubernamentales.
El sino económico de los individuos, el proceso dinámico singular de la economía, se enlazan e integran en la coyuntura económica nacional; y cuando las economías nacionales entablan entre sí relaciones y surge lo que denominamos economía mundial, los procesos dinámicos de la economía nacional se asocian para constituir una economía más amplia: la de la economía de todos los pueblos del mundo.
La redistribución de los recursos humanos, espirituales y materiales de un país, cuando se pasa de un período de normalidad a otro extraordinario o viceversa, requiere planes coordinados que no pueden dejarse a merced de la corazonada que inspire la exaltación de un sentimiento o la audacia de una improvisación. Determinar la política económica que conviene seguir a corto plazo, y enlazar sus realizaciones con las medidas que deben tender a más lejana ejecución, son tareas que requieren, por encima de todo, una vasta acción coordinadora. La coordinación sólo es posible cuando se cuenta con la vocación decidida de implantarla; la capacidad técnica para proseguirla; y el tiempo suficiente para consolidarla.
Las fuerzas armadas, las fuerzas económicas y las fuerzas creadoras, unidas en haz indisoluble por medio de una sólida cultura ciudadana, son los cimientos sobre los que debe edificarse nuestro porvenir para mantenernos económicamente libres y políticamente soberanos.
La tarea, ciertamente, o es fácil, ya que se trata de lograr la homología funcional de un sinnúmero de engranajes que actúan en planos múltiples y opuestos; y de esta reunión de esfuerzos, obtener, además, resultados positivos que contribuyan a proporcionar mayores satisfacciones y seguridades a la colectividad nacional.
No faltará quien, al considerar el decreto que otorgó al Vicepresidente de la Nación la superior dirección del ordenamiento social y económico argentino, y creó en Consejo Nacional de Posguerra, juzgue que empeñarse en definir orientaciones de tal índole, equivale a comprometer innecesariamente el porvenir económico del país. La reacción de esos escépticos consiste en censurar cuantas iniciativas nacionales surjan, y criticar cuanto se haga sin condicionarlo o supeditarlo a lo que decidan los que resulten vencedores en la actual contienda mundial.
Frente a este escepticismo enfermizo y decadente, opongo la fe en los altos destinos de mi patria. Frente a esta maledicencia, afirmo claramente la decisión inquebrantable d que la Argentina propulse la ascensión de su economía, la intensificación de su cultura, el mejoramiento de sus clases sociales, y logre el prestigio que merece ante todos los hombres de buena voluntad que pueblan los continentes de la Tierra.
Y la proclamo con fe y con tesón, porque tengo el convencimiento absoluto de que todos mis conciudadanos –salvo los cegados por el odio, por el egoísmo o por la pasión política- comparten mis ideas y mis sentimientos en cuanto se refiere a la orientación económico-social que la Argentina debe trazar en adelante; y que sintetizo en los siguientes postulados fundamentales:
1º. El Estado no debe alterar los principios de libertad económica, tanto para los productores, como para los consumidores; pero la desarticulación provocada por la guerra en la economía mundial exige prever las soluciones aplicables a las necesidades apremiantes de posguerra, estimulando la producción, y toda la mano de ora disponible, con el fin de alcanzar un justo equilibrio de las fuerzas productivas, y la elevación de la renta nacional.
2º. El Estado debe contribuir al perfeccionamiento de los conocimientos técnicos de cualquier orden, en todas las actividades nacionales; a que se aumente el rendimiento individual; a mejorar de modo efectivo las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores; a fomentar el progreso de la clase media; y a estimular el capital privado en cuanto constituye un elemento activo de la producción, y contribuye al bienestar general.
3º. Serán estériles cuántas energías se consuman para alcanzar los objetivos precedentemente indicados, si no se actúa con un criterio ordenador, que asistido de los adecuados resortes consultivos, determine los principios fundamentales de carácter económico y social, y adopte las medidas que desde este momento deban aplicarse para resolver las situaciones que puede provocar el tránsito de la guerra mundial a la paz; y las que requiera la posterior consolidación de la normalidad.
Proclamo en primer término el principio de libertad económica. Pero esta libertad, como todas las libertades, llega a generar el más feroz egoísmo, si en su ejercicio no se articula la libertad de cada uno, con la libertad de los demás. En efecto. Un instinto universalmente comprobado lleva a todos los seres a perseverar en su ser, a proveer a su conservación y a su desenvolvimiento. Este es el más radical, el más tenaz y el más eficaz de todos los instintos. Empuja al hombre a procurarse lo necesario para la vida, a buscar un cierto bienestar, a asegurar su porvenir. Comúnmente, llámase a este instinto, interés personal.
Aunque la palabra interés se encuentra con frecuencia empleada en un sentido despectivo, en interés personal, puesto que responde a una tendencia natural, es legítimo siempre que respete los límites que le impone la libertad individual, familiar y social.
El abuso conduce al egoísmo. En cambio, el noble ejercicio de este instinto humano, se extiende a los que en cierto modo son como una continuación de la persona individual; los miembros de la familia; y alcanza a cuantos le rodean: a los conciudadanos, a los compatriotas, a la humanidad entera; y lleva, por tanto, en sí, una de las raíces del amor familiar, del patriotismo y del sentimiento de hermandad entre hombres y naciones. Su recto ejercicio, además de alcanzar el beneficio apetecido, es fuente originaria de las virtudes que sirven a su vez para modelarlo.
Pero no todos venimos al mundo, dotados del suficiente equilibrio social para someternos de buen grado a las normas de sana convivencia social. No todos podemos evitar que las desviaciones del interés personal degeneren en egoísmo expoliador de los derechos de los demás, y en ímpetu avasallador de las libertades ajenas. Y aquí, en este punto que separa el bien del mal, es donde la autoridad inflexible del Estado debe acudir para enderezar las fallas de los individuos, y suplir la carencia de resortes morales que deben guiar la acción de cada cual, si se quiere que la sociedad futura sea algo mas que un campo de concertación o un inmenso cementerio.
La naturaleza humana y la naturaleza de las cosas se encuentran por doquier, y siempre idénticas en su fondo. Pero una porción de modalidades y de circunstancias accidentales dan a cada época, y a cada región del globo, así como a cada individuo, una fisonomía particular.
El problema económico, siempre idéntico en su fórmula general, se plantea, pues, según los lugares y los tiempos, con hipótesis diversas. Estas hipótesis están condicionadas por la naturaleza del suelo y del subsuelo; los climas, la situación geográfica, la civilización, la forma del Estado, el régimen de las asociaciones, el desarrollo cultural, la moral, la abundancia de la población, la técnica industrial, los medios de comunicación, la situación de los trabajadores y otros factores relacionados con la idiosincrasia y las costumbres de cada pueblo. Querer, pues, aceptar e imponer un patrón universal, querer atribuir a uno solo de estos factores las responsabilidades que en conjunto le corresponden, constituye una utopía y demuestra la contumacia de la maldad.
Ningún régimen, examinado en los detalles de su organización, es inmutable, pues, si bien es posible descubrir leyes y principios universales, su aplicación es susceptible de modalidades diversas según el lugar y el momento en que se vive.
El derecho esencial que tienen los pueblos, es exigir a sus gobernantes que al adaptar con la mayor prudencia los sistemas a las circunstancias cambiantes, jamás se abandonen los principios y las leyes esenciales.
¿Y sería injusto que este derecho legítimo de los pueblos se le negara al Estado cuando pretenda exigir el cumplimiento a los reacios o recordarlo a los que por olvido o distracción pretenden beneficiarse de la buena fe de los demás?
Pero, en momentos excepcionales como el presente, en que el mundo se encuentra ante las ruinas de instituciones que se creían logradas e inmutables; en que se perfilan, si bien inciertamente los contornos que revestirá la sociedad futura; en que hombres de gran experiencia política, como el primer ministro inglés, Winston Churchill, llegan a preguntarse como es posible imaginar que la masa del pueblo sea capaz de decidir por votos, en las elecciones, la recta vía que se debe seguir entre el cataclismo de los cambios que contempla la humanidad, considero que tengo derecho a plantear estas cuestiones:
Primera: ¿Es prudente dejar a merced de las múltiples, dispares y contradictorias determinaciones aisladas, la orientación ordenada de las delicadísimas cuestiones de carácter social y económico?
Segunda: ¿No debe ser el Estado quien, en aras de un interés superior, que es el de todos y cada uno de los integrantes de la comunidad nacional, ejerza la inalienable función constitucional de promover por todos los medios el bienestar general?
El principio de libertad económica que he proclamado no puede, pues, evitar que el Estado realice esta acción tutelar para coordinar las actividades privadas hacia una finalidad colectiva nacional, condicionada, consiguientemente, a ciertos preceptos que le son consustanciales. Si una nación quiere ser económicamente libre, y políticamente soberana, ha de respetar y exigir que le sean a ella respetados los principios básicos que rigen la vida de los hombres y de los pueblos: el derecho y la moral. Y si una nación no quiere ser o no se esfuerza en mantenerse económicamente libre y políticamente soberana, merecerá el escarnio y la befa de los contemporáneos, y la condenación de la historia.
En concreto: El principio de “libertad económica” no se vulnera, ni siquiera se empaña, cuando el Estado “dirige la economía”, de la misma manera que la libertad de transitar libremente por el país no queda afectada cuando se encauza o se dirige por determinadas rutas, en vez de permitir que, galopando a campo traviesa, se causen daños irreparables a terceros, sin conseguir de paso, provecho alguno para el viajero.
Es Estado puede orientar el ordenamiento social y económico sin que por ello intervenga para nada en la acción individual que corresponde al industrial, al comerciante, al consumidor. Estos, conservando toda la libertad de acción que los códigos fundamentales les otorgan, pueden ajustar sus realizaciones a los grandes planes que trace el Estado para lograr los objetivos políticos, económicos y sociales de la Nación.
Y que no estoy innovando viejos moldes, ni improvisando orientaciones para alardear de originalidad, os lo comprueba el vuelco dado por el concepto clásico de la economía política, desde que se convirtió en economía social. De ciencia que investigaba y realizaba tan solo las leyes generales de la producción, distribución, circulación y consumo de los bienes materiales, ha pasado a mayor jerarquía científica, cuando ha orientado tales finalidades hacia la conservación y prosperidad del orden social.
Este principio de libertad económica ha de ser antídoto que se oponga al desarrollo de las ilusiones colectivistas, por un lado, y el estímulo a la iniciativa privada. Pero de igual modo que las prohibiciones o limitaciones del comercio interno e internacional, cuando se emplean como sistema general, pueden conducir a la asfixia de las actividades y al empobrecimiento de la población, la buena organización de las actividades humanas requiere la dirección conveniente junto al estímulo necesario. Por esto he afirmado que ate la desarticulación provocada por la guerra mundial es indispensable prever las soluciones aplicables a las necesidades apremiantes de posguerra, estimulando la producción y utilizando toda la mano de obra disponible, con el fin de alcanzar un justo equilibrio de las fuerzas productivas, y elevar la renta nacional.
El Estado tiene el deber de estimular la producción; pero debe hacerlo con tal tacto, que logre, a la vez, el adecuado equilibrio entre las diversas fuerzas productivas. A este efecto determinará cuales son las actividades ya consolidadas en nuestro medio, las que requieren una poyo para lograr solides a causa de la vital importancia que tienen para el país; y por último cuáles han cumplido ya su objetivo de suplir la carestía de los tiempos de guerra, pero cuyo mantenimiento en época de normalidad representaría una carga antieconómica que ningún motivo razonable aconseja mantener.
De la acertada combinación de estas distintas situaciones, dependerá en gran parte, el proceso de la futura industrialización nacional que permita dar ocupación normal y bien retribuida, a todos los habitantes del suelo argentino.
Desde un punto de vista puramente industrial, cabe fomentar aquellas industrias cuya materia prima sea genuinamente na¬cional entre otras razones porque tienen mayores probabilidades de subsistir una vez terminada la guerra.
Hemos de convenir que las condiciones especialmente favo¬rables que la guerra ha creado en la Argentina, con relación al resto del mundo, equivale a una protección artificiosa y pasajera. La industria argentina, no sólo ha logrado substituir a un gran número de artículos que antes se importaban del extranjero, sino que ha lucrado con una exportación creciente, a tal punto que en el año 1943 equivalía al propio valor de exportación de los productos agrícolas.
En todo momento el Estado puede fomentar o proteger determi¬nadas industrias. Puede pensarse en determinado orden de jerarquías dando preferencia a unas sobre otras. Pero, debe evitarse en lo posible la creación o sostenimiento de industrias artificiales, cuya vida económica depende de alguna forma de protección, que directa o indirectamente, siempre representa un gasto.
Un mínimo de Industria pesada siempre es necesario y conve¬niente para cubrir las mínimas necesidades de la defensa nacional, los elementos básicos, tales como hierro y carbón, no sólo escasean en nuestro país, sino que, a causa de su enorme desgaste, seguirán probablemente a precios elevados aun después de la guerra.
Se habrán agotado nuestros recursos de hierro viejo, y su im¬portación es inevitable; pero tengamos en cuenta que las fuentes de producción mundial son perecederas, y los países productores lo harán pagar cada vez más.
El carbón, difícilmente recuperará sus precios normales de pre¬guerra porque, al igual que el petróleo, son combustibles nobles que deberán ser usados para algo mejor que para ser quemados.
Gran Bretaña y Estados Unidos, que han sabido utilizar el hierro y el carbón para adquirir su extraordinario poderío, están empeñados en investigar el descubrimiento de nuevos sucedáneos, capaces de reemplazar el carbón de piedra, cuyos subproductos son más necesarios y valiosos que las calorías. Análogamente tratan de reemplazar en lo posible el hierro y el acero por material plástico, derivado de la producción agraria.
Los cursos de agua, aprovechados racionalmente por el Estado nos suministrarán la energía hidroeléctrica necesaria, independizándonos del vasallaje que rendimos al carbón. En otras palabras la técnica moderna presiente la futura escasez de materias primas perecederas y orienta su mirada hacia los productos de cultivo. En las pampas inagotables de nuestra patria se encuentra escondida la verdadera riqueza del porvenir.
No debemos imitar a los grandes países industriales, siguiendo el camino que les condujo al poderío de posguerra, porque las circunstancias son otras muy distintas a las que existían en los comienzos de su industrialización. Debemos andar al compás de lo tiempos modernos y crear industrias fundadas en materias primas del país.
Al terminar la primera guerra mundial en 1918, la Argentina se encontró con gran diversidad de industrias establecidas para suplir la carencia de productos manufacturados que antes se importaban. El proceso industrial se habla iniciado, y progresivamente se fue acentuando. Pero esta transformación industrial, incrementada en el curso de la actual guerra, se realizó por sí sola, por la iniciativa privada de los que poseían una mayor confianza. “El Estado –dije en otra ocasión- no supo advertir esa evidencia que debió guiarlos y tutelarlos, orientando la utilización nacional de la energía facilitando la formación de la mano de obra y del personal directivo; armonizando la búsqueda y extracción de la materia prima con las necesidades y posibilidades de su elaboración; orientando y protegiendo su colocación en los mercados nacionales y extranjeros, con lo cual la economía nacional se habría beneficiado considerablemente".
Quiera Dios que en las circunstancias presentes sepamos aprovechar las lecciones del pasado y las experiencias que hemos vivido para convertir esta tierra bendita en la verdadera tierra de promisión que nuestros próceres entrevieron en sus sueños de de grandeza.
Poco esfuerzo me costará sostener la validez de los principios contenidos en el segundo punto de las ideas fundamentales sostienen mis convicciones, sobre política económico-social. Perfeccionar los conocimientos técnicos, aumentar el rendimiento individual, mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores, fomentar el progreso de la clase media y estimular el capital privado, son ideas que vengo sosteniendo desde el mismo día que me hice caro de la Secretaría de Trabajo y Previsión. No debo, pues, abundar en detalles que pongan de manifiesto mi modo de pensar. Pero la tergiversación que se ha dado ha palabras mías, pronunciadas recientemente, me obliga a detenerme un tanto en el último concepto citado, o sea, el estímulo al capital privado.
Mantener una firme decisión en lo económico, y lograr nuevos avances que intensifiquen la riqueza general, y mejorar el nivel de la población son tareas que requieren una vasta preparación técnica que no puede improvisarse. Pero exigen también un verdadero denuedo para hacer frente a las malévolas insinuaciones quienes quieren obtener nuevas riquezas a costa del sufrimiento ajeno; y de aquellos otros que buscan en la revolución roja o en la disipación anárquica, la única forma de encontrar satisfacción a sus ambiciones o compensación a sus fracasos.
Se que son dos flancos a cubrir, batidos por enemigos igualmente encarnizados. Pero la Revolución Nacional no se ha hecho en vano sino que logrará extirpar por igual odios y egoísmos; y seguirá su obra imperturbablemente para que la paz y tranquilidad reinen con igual plenitud y pureza en los campos, en los talleres, en las oficinas, en las fábricas, en el hogar de los patrones y de los trabajadores.
Cualquiera que juzgue desapasionadamente, convendrá conmigo que no es posible encauzar los buenos deseos y desarraigar las malas costumbres, dejando a merced de cada cual la elección del camino a seguir. Es preciso limar asperezas, corregir errores, orientar voluntades.
A lograr estos objetivos vengo dedicando mis mejores afanes de cada día y en su realización empeño mi voluntad, mi decisión y mi cariño. Y tened por bien entendido - y os ruego lo manifestéis a cuantos buscan zaherir la patriótica intención que me guía-, que no he de buscar en exóticas teorías ni en ajenas realizaciones la fórmula mágica que resuelva los problemas que nuestra patria tiene planteados. Para buscar la solución de los problemas de mi patria me basta solamente ser argentino.
Uno de nuestros preceptos constitucionales declara que todos los habitantes de la Nación gozan del derecho de usar y disponer de su propiedad. Y otro, más terminante, añade que la propiedad es inviolable. La propiedad privada es, por lo tanto, indiscutible. Pero la extensión de los derechos que confiere, las modalidades que presenta y los límites que alcanza son cuestiones derivadas o conexas que abarcan totalmente la organización del régimen de los bienes. Y de igual manera como se regula el derecho sucesorio, se organizan las profesiones e industrias sobre una base de concurrencia o monopolio, se fijan las reglas que presiden los tratados de comercio y el régimen aduanero, como se regula el contrato de trabajo.
Resulta de ahí, que un régimen de bienes solo puede ser justo de una manera relativa. Y será tanto más justo cuanto por un lado, se adapta a las circunstancias económicas, políticas y sociales creadas por la naturaleza y la historia, y por otro lado, en cuanto produzca a los particulares ventajas económicas que correspondan a la eficacia del esfuerzo que tributen a la colectividad. Quedan naturalmente comprendidos, dentro del régimen de bienes el trabajo manual, el trabajo intelectual, el trabajo de dirección, la iniciativa y el capital.
Decir régimen de bienes, equivale a régimen de riquezas. La riqueza general nace de la producción, siente la influencia de los capitales disponibles. De ahí que, para la prosperidad de un país es de vital importancia desarrollar la formación de capitales, y su utilización juiciosa por parte de los particulares y de los poderes públicos.
Juzgo, en consecuencia, que debe estimularse el capital privado en cuanto constituye un elemento activo de la producción y contribuya al bienestar general.
Dije en la Bolsa de Comercio que “una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero siempre será frágil”. Dije además, que “ni las corrientes comerciales han de modificarse bruscamente ni se ha de atacar en forma alguna al capital, que con el trabajo forma un verdadero cuerpo humano, donde sus miembros han de trabajar en armonía”. Por ello respeto los intereses obreros en la misma medida que respeto los capitales. Y añado, además, que tan insensato sería pretender negar los primeros como desdeñar los segundos. Y cuantos aquí están reunidos saben que esto o se hará. Tampoco se permitirá que cada cual imponga su voluntad por la fuerza o medre con artimañas, pues el Estado, que está en condiciones de impedirlas, y posee legítimamente la fuerza que le otorga la autoridad de que está investido, la ejercerá siempre que sea preciso lograr que sean por todos respetados los principios del derecho y de la equidad.
Siempre he considerado pernicioso el capital que pretende erigirse en instrumentos de dominación económica. Lo considero, en cambio, útil y beneficioso cuando veo elevar su función al rango de cooperador efectivo del progreso económico del país y colaborador sincero de la obra de producción, cuando comparte su poderío con el esfuerzo físico e intelectual de los trabajadores para acrecentar la riqueza del país.
Humanizar la función del capital es la gran misión histórica que incumbe a nuestra época. Este criterio podrá ser compartido o im¬pugnado. Pero repasad la historia social en lo que va del siglo, y luego, con la mano puesta sobre vuestro corazón, decidme leal¬mente si es preferible abrir la válvula de los sentimientos, de los buenos sentimientos, o hacer gala de egoísmo para sumir a nuestra patria -que cuenta con tantos recursos para hacer la feli¬cidad de sus habitantes- en el desastre material y en el caos espi¬ritual en que han caído tantos pueblos y naciones.
Reflexionad con cordura acerca de lo que vengo exponiendo sobre la necesidad de que todos abramos los brazos para unirnos en un sentimiento de hermandad que signifique la función social, que cada uno de nosotros cumplimos en la vida.
Señores:
Al dar por iniciadas las tareas que el superior gobierno de la Nación me ha confiado para contribuir al ordenamientos social y económico del país, y dejar constituido el Consejo Nacional de Posguerra, que como organismo consultivo ha de prestarme su colaboración, he sentido la necesidad irrefrenable de trazar las grandes líneas a que sujetaré mi actuación futura. Creo que ellas pueden significar, tanto para patrones y trabajadores, como para los restantes grupos sociales del país, la garantía más absoluta de que serán respetados sus derechos y sus intereses, y propulsado, en la medida de lo posible y conveniente, el bienestar de todos.
Estas grandes líneas han de estar robustecidas en cada caso concreto por el dictamen del cuerpo consultivo que ha de acompañarme en la ardua tarea que se me ha confiado.
Al poner en posesión de su cargo a los señores que integran el Consejo Nacional de Posguerra, he de significarles cuánto me honra contar con la cooperación tan valiosa, de su inteligencia, capacidad y conocimiento de los complicados resortes de la economía nacional.
A su actuación patriótica y a su dictamen legal ajustaré mis normas directivas. Y abrigo la esperanza de que en la acción futura, frente a este nuevo organismo, podré contar también con el concurso de todos los hombres eminentes, representativos de la técnica, del capital, y del trabajo, para integrar las comisiones que, llegado el caso, considere necesarias. Y estoy convencido de que con la misma espontaneidad y sinceridad con que yo haré el llamado, me contestará cada uno de los requeridos; porque en momentos difíciles para el mundo, cuyas repercusiones puedan afectar a la Argentina, ninguno de sus hijos dejará de prestar abnegada ayuda, con tal de contribuir a la grandeza de su patria.
Con esta confianza vivo y con esta convicción trabajo.
JUAN DOMINGO PERÓN

martes, 25 de junio de 2019

A 53 años de esta carta de Perón al Teniente Coronel José Luis Capella




Carta a Tcrel. D. José Luis Capella 25 de junio 1966

Escrito por Juan Domingo Perón.

Madrid, 25 de junio 1966

Señor Tcrel. D. José Luis Capella.

Buenos Aires

Querido Capella:

Con el apremio del tiempo que me falta para todo, no deseo que regrese el compañero Doctor Rodríguez Vigil sin que por ¡o menos le haga llegar mi enhorabuena por la feliz iniciativa de "poner en órbita" a los camaradas que vegetan dispersos, sin percatarse que, en esta lucha por la salvación de la Patria, no se puede desertar,

He firmado mi adhesión, con la que le hago llegar toda mi solidaridad de viejo conmilitón, con la esperanza de verlos actuar y luchar por el peronismo con que todos soñamos y en el que los soldados tenemos un puesto y una responsabilidad.

Hace veinticinco años todo se inició en el Ejército. Ahora, cuando los camaradas se enrolan en nuestras filas como antes se enrolaron en el G.O.U., renacen en nosotros los sentimientos de una juventud siempre presente en el corazón.

¡ Métale sin miedo!

Un gran abrazo

Firmado: Juan Perón